Reflejos que no reconozco

A veces me veo en una foto y no me gusto. A veces escucho mi voz grabada y me resulta ajena. Como si el espejo me estuviera jugando una broma, o el sonido me negara su fidelidad. Y me pregunto: ¿por qué me incomoda tanto esa versión de mí? Tal vez porque he vivido creyendo que soy como me escucho desde dentro o como me veo desde el reflejo invertido del espejo. Y lo que capturan los demás —una cámara, un micrófono— me devuelve una imagen que no controlo, una que no puedo ajustar con la idea que tengo de mí mismo. Con el tiempo, esas fotos que no me gustaban comienzan a parecerme bonitas. No cambiaron las fotos: cambié yo, me volví más compasivo con mi pasado, más familiar con mi forma de ser. Lo que antes me incomodaba, ahora me conmueve. Es la misma imagen, pero una nueva mirada. Y aunque aún no me acostumbro del todo a mi voz grabada, entiendo que soy más que una frecuencia, más que un gesto congelado en una imagen. Soy esa historia que se transforma, ese reflejo que se suaviza cuando me miro con amor. Al final, la belleza no está en cómo me capta la lente o cómo vibra el sonido, sino en cómo aprendo a reconocerme sin juzgarme, incluso en las versiones que no esperaba.

5/8/20251 min read

Contenido de mi publicación