Vivir para servir, servir para vivir

En un mundo que a veces nos empuja a pensar solo en lo propio, en lo urgente y en lo inmediato, la frase de la Madre Teresa de Calcuta resuena como un recordatorio esencial del verdadero propósito de la existencia: “El que no vive para servir, no sirve para vivir.” No se trata de reducir la vida a sacrificio, ni de negarnos a nosotros mismos, sino de comprender que hay una fuerza sagrada que se activa cada vez que decidimos dar lo mejor de nosotros a los demás. Servir no es humillarse, es elevarse. Es tocar el alma del otro, y en ese acto, reconocer la nuestra. Servir es mirar con compasión, escuchar con atención, extender la mano sin esperar nada a cambio. Es encontrar sentido en los gestos pequeños: en un abrazo que calma, en una palabra que alienta, en un silencio que acompaña. Servir es sanar el mundo desde donde estamos, con lo que somos y con lo que tenemos. La Madre Teresa no nos hablaba desde la comodidad, sino desde la experiencia de quien vio el dolor de cerca y aún así eligió amar. Su mensaje es claro: si no despertamos cada día con la intención de aliviar al menos una carga, de iluminar aunque sea un rincón oscuro del corazón de alguien más, entonces estamos olvidando lo más profundo de nuestra humanidad. Porque al final, no seremos recordados por lo que acumulamos, sino por a quién tocamos con amor. Y es que servir no solo transforma al otro, también nos transforma a nosotros. Nos vuelve humildes, presentes, agradecidos. Nos enseña que en el dar, también recibimos. Que cuando servimos, vivimos con propósito. Vivir para servir no es una obligación; es un privilegio sagrado. Es el arte más hermoso de todos: el arte de amar.

6/25/20251 min read

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